Restauración y transformación de los encarcelados

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Por Rev. Carlos Malavé

Cada persona encarcelada es un hermano(a), esposo(a), nieto(a), hijo o hija. Cada persona encarcelada es un ser humano que es amado por alguien. Su vida ha sido recibida, amada y celebrada, y en algunos casos sólo por unos pocos. Todos tenemos la tendencia de crear barreras emocionales que nos distancian de quienes han errado o cometido actos malignos. Cuando hacemos eso, no nos damos cuenta de que estamos expresándole al transgresor las mismas emociones que en primer lugar los convirtieron en criminales. Es decir, que en cada uno de nosotros hay un criminal latente. A través de nuestras vidas, la mayoría de nosotros nos enfrentamos a la posibilidad de traspasar los límites y dar lugar a lo peor de nuestras emociones. El evangelio nos amonesta diciendo: ¿Cómo dirás a tu hermano: “¿Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo?” (Mateo 7:4).

Mucha gente ha tenido el privilegio de haber crecido y vivido en un ambiente saludable donde aprendieron a controlar tendencias destructivas. Otros crecieron en familias con problemas, en la pobreza o privados de una buena educación. Otros, simplemente tomaron malas decisiones. La verdad es que aquellos de nosotros que hemos sido bendecidos por vivir en un ambiente saludable somos privilegiados.

Cuando consideramos nuestros sistemas de justicia debemos mantener esta perspectiva humana por delante. Nuestros fracasos no son los que a fin de cuentas definen lo que somos. Nuestra existencia es definida por la imagen del Creador en nosotros. Es nuestra dignidad humana, dada por Dios, es la que determina nuestro valor en esta vida. Cada ser humano tiene un valor eterno inherente.

La gente con una conciencia moral no se debe gozar por el dolor y la tragedia de aquellos que sufren, sean las víctimas o los transgresores. El respeto y valor por la vida que Dios tiene por cada persona nos debería persuadir y movernos a considerar que cada persona es indispensable. Ningún ser humano es basura. El Hijo de Dios entregó su vida por cada persona con aliento en esta tierra.

El sistema criminal y judicial de la sociedad que se considera a sí mismo, “cristiano” tiene la responsabilidad y el deber de procurar la restauración y transformación del encarcelado. Ellos no son mercancía de un sistema capitalista, y no deberían ser considerados como humanos inferiores. Sin embargo, debido a nuestra propia propensión a caer, siempre deberíamos colocarnos en sus zapatos. “Trata a otros como desees que te traten a ti”.

El Papa Francisco dijo en una ocasión: “no creemos en la posibilidad de que la gente pueda cambiar sus vidas. Tenemos poca confianza en la rehabilitación… en la sociedad. De este modo se olvida que todos somos pecadores, y muchas veces nosotros también somos prisioneros”.

Debido al ejemplo de Cristo, los cristianos debemos ser campeones de la misericordia y la compasión. Las Escrituras son muy claras con respecto al deseo de Dios por la redención y transformación de cada persona. Incluyéndote a ti y a mí.

Rev. Carlos Malavé es director ejecutivo de Iglesias Cristianas Unidas en Louisville, Ky.

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