Amar a nuestros vecinos. Sí, a todos.

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By Dulce Gamboa

Al embarcarnos en la Ofrenda de Cartas de este año “Sobrevivir y Sobresalir” reflexionamos sobre nuestra responsabilidad y respuesta a las necesidades de aquellos que viven fuera de nuestro país. Y una pregunta común es “¿Por qué no terminamos el hambre y la pobreza en Estados Unidos antes de preocuparnos por las necesidades de las personas en otros lugares?” En un mundo con recursos limitados, no es una pregunta inapropiada. Como cristianos, la Biblia nos da luz sobre cómo debemos tratar a otros, tanto dentro de nuestro país, como en el extranjero.

Durante el viaje final de Jesús a Jerusalén, antes de su pasión, El respondió a una pregunta similar a la nuestra, que le hizo un intérprete de la ley, experto en la ley de Moisés. Después de haber establecido que el Antiguo Testamento se puede resumir en los mandamientos de amor a Dios y amor al prójimo, el intérprete de la ley le preguntó: “¿Y quién es mi prójimo?” (10:29). Cristo le responde con la conocida parábola del buen samaritano. Ahora, como cualquier buena parábola, el intérprete de la ley no recibió una respuesta detallada. En cambio, en el corazón de la historia encontramos como personaje central –a alguien que pertenece a un grupo de personas detestadas por los judíos. En lugar de darle al intérprete de la ley un medio para excluir  personas del mandamiento de amor al prójimo, Cristo ofrece un ejemplo de alguien que el intérprete de la ley probablemente hubiera querido excluir como prójimo. Cristo le sugiere al intérprete de la ley que siguiera el ejemplo del samaritano (10:37). Hoy podemos modelar esta misma disposición mediante la inclusión de las necesidades de todos nuestros vecinos, sin importar donde se encuentren, en lugar de determinar que no debemos estar preocupados, tal como lo hizo el intérprete de la ley.

El apóstol Pablo es otro ejemplo a seguir para los cristianos. En sus epístolas, Pablo hace referencia a una colecta que llevó a cabo para aliviar las necesidades de la iglesia en Jerusalén. De hecho, Pablo se esforzó para hacer al menos dos colectas y logró que las iglesias de Macedonia, Corinto y Galacia contribuyeran a esta causa. A pesar de las grandes distancias y la diferencia en la cultura e idioma, la insistencia de Pablo deja claro que las diferencias entre la comunidad que proporciona la ayuda y la comunidad receptora no deben obstaculizar la generosidad de aquellos con los medios para apoyar a quienes lo necesitan. En nuestro mundo los que viven en los países ricos, como Estados Unidos, tienen la capacidad de apoyar a los que viven enfrentando los desafíos del hambre y la pobreza. Resolver las necesidades en nuestro propio país es fundamental, y no nos impide ignorar la necesidad de nuestros prójimos.

Ambos textos, a menudo citados en Segunda de Corintios acerca de la administración (específicamente 8: 1-9: 15) fueron escritos en el contexto de Pablo instando a la iglesia de Corinto para comprometerse con la causa de los más vulnerables. Como dijo Pablo, “No se trata de que otros encuentren alivio mientras que ustedes sufren escasez; es más bien cuestión de igualdad. En las circunstancias actuales la abundancia de ustedes suplirá lo que ellos necesitan, para que a su vez la abundancia de ellos supla lo que ustedes necesitan” (2 Corintios 8: 13-14). La enseñanza del apóstol Pablo para cuidar a los necesitados durante la época de hambruna (Hechos 11: 28-29) demuestra que los seguidores de Cristo tienen un profundo y permanente compromiso con los más necesitados dondequiera que vivan.

Dulce Gamboa es el asociado a las relaciones latinos en Pan para el Mundo.

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